domingo, 31 de mayo de 2015


Cuando Inglaterra quiso apoderarse de TODA América y de como un vasco cojo, manco y tuerto se lo impidió

Escrito por Eduardo Rosa.



La historia que los ingleses prohibieron contar

 http://www.peronvencealtiempo.com.ar/historia-argentina/colonia-hasta-1810/1015-cuando-inglaterra-quiso-apoderarse-de-toda-america-y-de-como-un-vasco-cojo-manco-y-tuerto-se-lo-impidio

https://www.youtube.com/watch?v=FG8WU4dCGq0


Hace casi 300 años un Rey inglés decidió quitarle a España todos sus dominios en América.

Desde México hasta Tierra del Fuego.

Y para hacer esto preparó la más formidable invasión que el mundo hubiera visto.

Tan enorme era la “Task Force” que solo fué superada en naves, hombres y armas 203 años después por la invasión a Normadía, (en 1944, cuando cruzaron el canal de la mancha para invadir Francia y llegar hasta Berlín).

Para vengar una intolerable ofensa que los españoles le habían hecho a un pirata y contrabandista y negrero inglés llamado Robert Jenkins.

¿Por que el Rey Jorge II se ofendió, cuando la pena internacionalmente aceptada para un pirata (o corsario, porque las patentes de corso solo eran respetadas por el país que las otorgaba), era la horca?.

Porque los españoles le habían cortado la oreja a Jenkins para que el Rey Jorge II escuche a través de ella, ya que no parecía comprender que la pirateria y el contrabando no se podían hacer en tiempos de paz.

Entonces declaró la guerra a España en 1739.

Pero España ya no era lo que fuese en el siglo anterior.  La débil España, despedazada desde principios de 1700 por una guerra de sucesión que terminó coronando reyes afrancesados, lejos de la grandeza de los Quijotes o la decisión de los Cortez o la tozuda lealtad de los Sarmiento de Gamboa.

No debieron ser silenciosos los preparativos de 196 buques de guerra y transporte y la formidable fuerza de invasión que se preparaba tanto en Inglaterra como en sus colonias.  Ni tampoco se le habrán escapado a los informantes al servicio de España cual era el objetivo: entrar a los “Reinos de indias” de la antigua España, ya disminuidos a “nuestras colonias de América” por los políticos liberales del menguado orgullo Español.

Tal vez en previsión de eso, se puso en la puerta de América del Sur, que era el puerto de Cartagena de Indias, en el caribe colombiano al mando militar de BLAS DE LEZO.

No se sabía cuantos iban a venir, pero se conocía la fiereza combativa del almirante Blas de Lezo, fiereza y coraje que no era a prueba de balas, ya que Blas habia perdido una pierna por un cañonazo inglés cuando tenía 17 años, y luego las esquirlas de otro cañon le habían vaciado un ojo y en otra oportunidad un tiro de mosquete le había dejado inútil un brazo. Tanto que se lo llamaba “medio hombre” (suponemos que en secreto, porque tal vez nadie se atrevía a verlo encolerizado).

Este formidable guerrero contendría la esperada invasión hasta que la flota española, situada en Cuba llegase a tomar combate.

Invasión de la que nadie imaginaba su gigantesco tamaño.

Una epidemia de cólera asoló a Cartagena de Indias y diezmó a sus defensores, quedando su guarnición reducida a 3000 militares auxiliados por 600 indios de arco y flechas,  Pero esos eran avatares esperables en aquellas épocas.

Blas hubo de planificar cuidadosamente la defensa, ya que solo para servir a los mil cañones propios (si es que todos esos cañones estuviesen operativos) hubiese necesitado 4500 artilleros (se requerían al menos cuatro servidores por cañón).

El 16 de marzo de 1741 apareció frente a Cartagena algo tan formidable que nadie podía creerlo.

El horizonte estaba erizado de mástiles. 196 buques con insignias inglesas, 32000 hombres, 3000 cañones iban a devorarse la ciudad pasando por encima de todo lo que quisiera oponerse.Al mando iba el almirante Edward Vernon, que ostentaba el más alto grado en la marina y era primo de Jorge II.

Eslava, Virrey de Nueva Granada, pensaba que toda resistencia sería inútil. Lo mismo seguramente pensaban las personas sensatas. Resistirse solo traería un infierno de fuego demolición y muerte sobre Cartagena y la matanza y saqueo serían inevitables.

mapa

Pero Blas no pensaba lo mismo. En su larga historia ya había salido triunfante de situaciones similares.  Blas era tenido y temido por loco; pero el mundo bienpensante también llama loco al genio, al que no es comprendido, al que actúa sin tener en cuenta la opinión generalizada.  Blas era valiente hasta la temeridad, imprudente tal vez; pero un genio; un hábil estratega. Por loco pensó como el Quijote frente a los molinos de viento, trastocados en aspaventosos gigantes.

De los 32.000 invasores 4000 eran norteamericanos.  Entre ellos estaba un hermano de Gorge Washington.  Había también negros jamaicanos armados de machete y destinados a ser la vanguardia de los prudentes y racionales blancos anglosajones.

Nada ha cambiado; a otros lados han llevado gurkas.

Luego seguramente se sumarían – pensaban ellos – los que siempre se adhieren a los triunfadores. Cipayos hubo siempre y más habrá cuando el resentimiento ancestral los entusiasme con la derrota de los arrogantes amos actuales, sin pensar que en esa voltereta se adquiririan nuevos y peores amos; nuevos amos que los despreciarían por su sangre mezclada; por su religión fuera esta la de los conquistadores o la de sus ancestros americanos o la mezcla de las dos; por su color; nuevos amos para los cuales solo cabría trabajar para ellos; que echarían al fuego a los primitivos telares, los talleres domésticos e industrias incipientes obligandolos solo a producir y malvender materias primas que alimenten las industrias que en Manchester y Londes crecerían al abrigo de la revolución industrial.

Blas ya había combatido y triufado contra fuerzas diez veces superiores aunque no en la escala que se le presentaba ahora.  Era temido y respetado; el Virrey le permite que pase por sobre su autoridad y se repliega a la espera que el devenir de los acontecimientos le empiezen a dar la razón y entonces mandaria emisarios para pactar la rendición.  Tampoco descartaba que la temeridad de Blas terminara con su vida, porque Blas de Lezo elegía siempre el lugar de mayor peligro para comandar.  Su pierna, brazo y ojo certificaban que así lo volvería a hacer.

Sobrepasa la intención de estas líneas el enumerar los distintos avatares de la batalla de Cartagena de Indias, que duró casi tres meses. Nos ceñiremos al plan general.

Blas, marino de profesión y heredero de la larga tradición de marinos vascos, comprendió que con sus seis buques no había posibilidad alguna contra los 196 buques ingleses.  Podría admirar a los ingleses con su valentía y audacia de marino, pero serían pocas horas, tal vez días y luego, gallarda, heróicamente, el último navío español se hundiría con su cargamento de muertos y heridos en las aguas que a partir de ese momento serían inglesas tal vez para siempre.

No; Blas sabía elegir el terreno.  Primero obligaría a los ingleses a desembarcar y tomar las baterías de la isla de “Tierra Bomba” que cerraba la bahia.  Sin esa llave no llegarían a situarse frente a las fortalezas que defendían el puerto. Blas contaba con la ayuda de las cenagosas tierras de la isla, pobladas con caimanes y sobre todo por mosquitos.  Calculaba que la mitad de las tropas que desembarcaran no conocían ese tipo de terreno.

Luego le dejarían la isla a los invasores no sin haberles causado muchas bajas y hundido algún navío. Antes que lograsen pasar habría tendido una cadena entre barcos artillados, que los ingleses no querrían hundir porque cerrarían con naufragios la entrtada al objetivo.

Finalmente y paso a paso Blas se iria retirando hasta el amparo del castillo de San Felipe y fortaleza del Cerro de la Popa.

Contaba el genial marino también con que en el atropellado apuro por obtener la que creían segura victoria los ingleses no enterrasen ni a sus muertos ni a los muertos españoles.  El clima tropical se encargaría de que esos muertos siguieran combatiendo diseminando hedor y cultivando pestes; que no tardaron en estallar.

Otro que siguió combatiendo luego de ser prisionero y muerto fué el navío insignia de la flota española, el Galicia, llevado para ser hundido y obstaculizar el paso de Bocachica no llegó a hundirse y cayó en manos de los ingleses, que lo llevan a Jamaica como prueba que Cartagena ya había caído en sus manos.  Tanto entusiasmo hubo en Londres por la noticia que las campanas de las iglesias se echaro a vuelo, se dispararon salvas desde la torre de Londres, hubo fuegos artificiales y el parlamento hizo acuñar monedas conmemorativas representando a Lezo arrodillado frente a Vernon (Lezo con sus dos piernas y brazos, pues se disminuiría la gloria obtenida si el vencido fuese un tullido), con la inscripcción: “el orgullo español humillado por Vernon”.



Pero el Galicia volvió a Cartagena y en la batalla final, frente a la castillo de San Felipe terminó desarbolado comenzando a incendiarse y llevado por el viento contagió su fuego a otras naves inglesas.

En la estrategia mutua de desgastar al enemigo, los ingleses por el contínuo cañoneo de sus 3000 cañones y Blas de Lezo con su planificada retirada, dejando a los ingleses en un terreno cenagosos, pestilente y demoralizante.

Las fiebres y el trópico terminó convenciendo a los ingleses a dar la batalla final asaltando la poderosa fortaleza del castillo de San Felipe, ultimo valuarte a conquistar.  Para ello fabricaron escaleras con las que treparían por los inclinados muros y valiéndose de su abrumadora superioridad numérica alcanzarían la victoria final.

El asalto se efectuó el 20 de abril por todos los muros del fuerte.

Llegaron al pie del muro, situaron las escalas pero...¡eran cortas!.  Lezo había ordenado cavar un foso alrededor del fuerte y las escalas, cuidadosamente hechas quedaron cortas.  En el parte de la batalla, los españoles dicen: “…rechazados al fusil por mas de una hora y después de salido el Sol en un fuego continuo y biendo los enemigos la ninguna esperanza de su intento (…) se pusieron en bergonzosa fuga al berse fatigados de los Nuestros los que cansados de escopetearles se abanzaron a bayoneta calada siguiendolos hasta quasi su campo…”.

Hoy, en esos gloriosos muros de la castillo de San Felipe de Barajas hay una placa que dice:

“Ante estas murallas fueron humilladas Inglaterra y sus colonias”

Un mes más permaneció Vernon con sus buques frente a Cartagena de Indias.

Tal vez ese tiempo hubiese podido ser aprovechado para atenazar a los navíos ingleses si la escuadra española surta en Cuba hubiese actuado.

Finalmente el 20 de mayo de 1741 se fueron.  Por cincuenta años, hasta Trafalgar en 1805 los ingleses no tuvieron el dominio del mar.

La leyenda recoje esta frase de Blas de Lezo:

“TODO BUEN ESPAÑOL DEBE MEAR SIEMPRE EN DIRECCIÓN A INGLATERRA”.

Y esta del resentido Vernon:

«God damn you, Lezo!» (¡Que Dios te maldiga Lezo!)

La historia inglesa aún obedece la órden dada por el rey Jorge II de nunca más hablar de la batalla de Cartagena de Indias.



El saldo de la batalla fué:



Pérdidas Inglesas

3500 muertos en combate.

2500 muertos por enfermedades.

7500 heridos en combate.



6 navíos de tres puentes.



1 3 navíos de dos puentes.

4 fragatas.

27 transportes.

Alguno de estos barcos fueron hundidos por los mismos ingleses por falta de tripulación para que no caigan en manos de los españoles.

1500 cañones capturados o destruidos por los españoles.



Pérdidas españolas:

800 soldados.

1200 heridos.



6 navíos de dos puentes.

5 fuertes.

3 baterías.

395 cañones.

sábado, 23 de mayo de 2015

Banqueros anglosajones organizaron la Segunda Guerra Mundial

por Valentin Katasonov

En ocasión del 70º aniversario de la Victoria sobre el nazismo publicamos un estudio de Valentín Katasonov sobre el financiamiento del partido nazi y el rearme del III Reich. El autor se basa en documentos publicados en 2012 que confirman que banqueros estadounidenses y británicos organizaron la Segunda Guerra Mundial, con la complicidad del presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt y del primer ministro británico Neville Chamberlain y con la esperanza de acabar con la Unión Soviética. Este estudio sugiere una serie de interrogantes que serán objeto de un próximo artículo

http://www.voltairenet.org/article187569.html.


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De izquierda a derecha, Hjalmar Schacht, ministro de Economía de Hitler, con su buen amigo Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra de 1920 a 1944. Según los documentos del Banco de Inglaterra revelados en 2012, el oro de Checoslovaquia había sido depositado en Londres en una subcuenta a nombre del Banco de Pagos Internacionales (BPI). Cuando los nazis entraron en Praga, en marzo de 1939, de inmediato enviaron soldados al Banco Nacional. Los administradores recibieron orden, bajo amenaza de muerte, de emitir dos órdenes de transferencia. La primera ordenaba al BPI transferir 23,1 toneladas de oro de su subcuenta checoeslovaca en el Banco de Inglaterra a la subcuenta del Reichsbank, también en el Banco de Inglaterra. La segunda orden encargaba al Banco de Inglaterra transferir unas 27 toneladas de oro del Banco Nacional de Checoeslovaquia a la subcuenta del BPI en el Banco de Inglaterra.




La Segunda Guerra Mundial no fue provocada por un rabioso Fuhrer que se había apoderado de Alemania. La Segunda Guerra Mundial es obra de una oligarquía mundial, o más exactamente de los plutócratas anglo-estadounidenses.


Utilizando instrumentos como la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra, esos elementos comenzaron a preparar el siguiente conflicto de envergadura planetaria inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Su blanco era la Unión Soviética.


Los planes Dawes y Young, la creación del Banco de Pagos Internacionales (BPI) [1], la suspensión del pago por parte de Alemania de las reparaciones de guerra previstas en el Tratado de Versalles y la aceptación de aquella decisión por los ex aliados de Rusia, las masivas inversiones extranjeras en la economía del III Reich, la militarización de la economía alemana y las violaciones del Tratado de Versalles son etapas en el camino que conduce a la guerra.


Detrás de aquel complot se hallaban personajes claves: los Rockefeller, los Morgan, Lord Montagu Norman (gobernador del Banco de Inglaterra) y Hjalmar Schacht (presidente del Reichsbank y ministro de Economía del gobierno de Hitler). El programa estratégico de los Rockefeller y los Morgan era sojuzgar Europa económicamente, saturar Alemania de inversiones y créditos extranjeros y empujarla a asestar un golpe mortal a la Rusia soviética para que esta última volviese al capitalismo, en calidad de colonia.


Montagu Norman (1871-1950) desempeñó un papel importante como intermediario en el diálogo entre los medios financieros estadounidenses y los jefes de empresas alemanas. Hjalmar Schacht organizó la reconstrucción del sector vinculado a la defensa en la economía alemana. La operación de los plutócratas contaba con la cobertura que le ofrecían políticos como Franklin Roosevelt, Neville Chamberlain y Winston Churchill. En Alemania los ejecutores de aquellos proyectos eran Hitler y Hjalmar Schacht. Según varios historiadores, Hjalmar Schacht desempeñó un papel más importante que Hitler, pero se mantenía en la sombra.


Al término de la Primera Guerra Mundial, el Plan Dawes tenía como objetivo comprometer la Triple Entente y cobrar las reparaciones de guerra que debía pagar Alemania. El Plan Daves –propuesto por el Comité presidido por Charles G. Dawes– designaba un intento realizado en 1924 por resolver el problema de las reparaciones de guerra, que estaba minando la política internacional desde el fin de la Primera Guerra Mundial y la firma del Tratado de Versalles –reticente, Francia cobró más del 50% del monto de las reparaciones. Entre 1924 y 1929, Alemania recibió 2 500 millones de dólares de Estados Unidos y 1 500 millones de Gran Bretaña en el marco del Plan Dawes. Son sumas considerables que corresponden a 1 000 millardos [2] de dólares actuales


Hjalmar Schacht desempeñó un papel activo en la aplicación del Plan Dawes. En 1929, resumió los resultados del plan declarando que Alemania había recibido en 5 años más préstamos extranjeros que Estados Unidos en los 40 años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Por consiguiente, en 1929, Alemania se había convertido en la segunda potencia industrial a nivel mundial, por delante de Gran Bretaña.


Durante los años 1930, Alemania siguió obteniendo inversiones y préstamos. Redactado en 1929 y adoptado oficialmente en 1930, el denominado Plan Dawes era un programa tendiente a garantizar el pago de las deudas de guerra que Alemania debía pagar al término de la Primera Guerra Mundial. Fue presentado por el comité presidido (de 1929 a 1930) por el industrial estadounidense Owen D. Young, fundador y primer presidente de la RCA (Radio Corporation of America). En aquella época, Young era también miembro del consejo de administración de la Fundación Rockefeller y había sido, además, uno de los representantes implicados en un dispositivo de rediseño de las reparaciones de guerra, el Plan Dawes de 1924.


Según el plan, el Banco de Pagos Internacionales (BPI) fue creado en 1930 para que Alemania pagase las reparaciones a los vencedores. En realidad, el dinero tomó un camino muy diferente: salió de Estados Unidos y Gran Bretaña para aterrizar en Alemania.


El capital de la mayoría de las empresas alemanas estratégicamente importantes era, parcial o completamente, estadounidense. Una parte estaba bajo control de los inversionistas británicos. Los sectores como las refinerías de petróleo y el proceso de licuefacción de carbón de la economía alemana estaban en manos de Standard Oil, perteneciente a los Rockefeller. El gigante de la industria química Farbenindustrie AG pasó al control del grupo Morgan. Un 40% de la red telefónica y un 30% de las acciones de Focke Wulf se hallaban bajo control de la firma estadounidense ITT. La radio y los gigantes de la industria eléctrica AEG, Siemens y Osram pasaron al control de General Electric, de Estados Unidos. ITT y General Electric eran parte del imperio Morgan. El 100% de las acciones de Volkswagen pertenecía a Ford, también de Estados Unidos.


En el momento de la llegada de Hitler al poder, el capital financiero estadounidense controlaba, como vemos, prácticamente todos los sectores de importancia estratégica de la industria alemana –refinerías de petróleo, producción de combustible líquido a partir del carbón, química, construcción de vehículos automotores, ingeniería eléctrica, radio– así como gran parte de la industria de construcción mecánica (278 empresas en total). Los grandes bancos alemanes, como el Deutsche Bank, el Dresdner Bank, el Donat Bank y otros, se hallaban bajo control estadounidense.


El 30 de enero de 1938, Hitler se convertía en canciller de Alemania. Pero antes, los banqueros estadounidenses habían estudiado muy cuidadosamente su candidatura. Hjalmar Schacht había viajado a Estados Unidos durante el otoño de 1930 para hablar de aquella nominación con varios colegas estadounidenses. La designación de Hitler fue aprobada finalmente durante una reunión secreta de personalidades de las finanzas en Estados Unidos. En 1932, Schacht pasó todo el año convenciendo a los banqueros alemanes de que el mejor candidato al cargo de canciller era Hitler. Y lo logró.


A mediados de noviembre de 1932, 17 de los más poderosos banqueros e industriales alemanes dirigieron al presidente Hindenburg una carta exigiéndole que nombrara canciller a Hitler. La última reunión de trabajo de los financieros alemanes previa a la elección tuvo lugar el 4 de enero de 1933 en Colonia, en la residencia del banquero Kurt von Schroder. El partido nazi llegó al poder inmediatamente después. Las relaciones financieras y económicas de Alemania con los anglosajones se hicieron entonces aún más estrechas.


Hitler anunció inmediatamente su negativa a pagar las reparaciones de guerra. Puso en duda que Inglaterra y Francia pudiesen pagar sus propias deudas, acumuladas durante la Primera Guerra Mundial, a Estados Unidos. Se reunió con el presidente Franklin Roosevelt y con los grandes banqueros estadounidenses para pedir una línea de crédito por 1 000 millones de dólares.


En junio del mismo año, Hjalmar Schacht viajó a Londres para entrevistarse con Montagu Norman. Los británicos accedieron a conceder un préstamo de 2 000 millones de dólares. No pusieron ninguna objeción en cuanto a la decisión de Alemania de suspender el pago de su deuda.


Según algunos historiadores, Estados Unidos y Gran Bretaña se mostraron tan complacientes porque, desde 1932, la Unión Soviética había implementado su plan quinquenal de desarrollo económico tendiente a alcanzar nuevas metas como potencia industrial. En el sector de la industria pesada habían surgido miles de empresas y la dependencia de la URSS en materia de importación de productos industriales había disminuido considerablemente. Como consecuencia de ello, las posibilidades de estrangular económicamente a la Unión Soviética se habían reducido prácticamente a cero. Se decidió entonces recurrir a la guerra y, en función de ese objetivo, emprender la militarización acelerada de Alemania.


Para esta última, la obtención de créditos en Estados Unidos no presentaba prácticamente ningún problema. Hitler había llegado al poder en Alemania casi al mismo tiempo que Franklin Roosevelt en Estados Unidos. Los banqueros que apoyaron a Hitler en 1931 son precisamente los mismos que apoyaron la elección de Roosevelt. Ya en el cargo, el nuevo presidente no podía hacer otra cosa que conceder generosos créditos a Alemania. Por cierto, muchos notaron la gran similitud entre el New Deal de Roosevelt y la política económica del III Reich. No había en ello nada sorprendente ya que eran los mismos quienes estaban garantizando con sus consejos el salvamento de los dos gobiernos. Y representaban principalmente los medios financieros estadounidenses.


El New Deal de Roosevelt no tardó presentar problemas. En 1937, Estados Unidos se hundía en la crisis económica. En 1939, la economía estadounidense funcionaba a un 33% de su capacidad industrial (19% en los peores momentos de la crisis registrada de 1929 a 1933).


Rexford G. Tugwell, un economista del primer Brain Trust, un equipo de académicos de la Universidad de Columbia creado por Franklin Roosevelt y que contribuyó a las recomendaciones políticas que condujeron al New Deal de ese presidente, escribía en 1939 que la administración había fracasado. La situación se mantuvo sin cambios hasta que Hitler invadió Polonia. Sólo los poderosos vientos de la guerra podían disipar la bruma. Todas las iniciativa de Roosevelt estaban condenadas al fracaso [3]. Lo único que podía salvar el capitalismo estadounidense era una guerra mundial. En 1939, los plutócratas recurrieron a todos los medios a su disposición para presionar a Hitler e incitarlo a desatar una guerra a gran escala en el este de Europa.


El ya mencionado Banco de Pagos Internacionales (BPI) tuvo un papel importante en la Segunda Guerra Mundial. Verdadera cabeza de playa de los intereses estadounidenses en Europa, el BPI garantizaba el vínculo de las empresas de Estados Unidos y Gran Bretaña con las empresas alemanas. Era una especie de zona franca que protegía al capital cosmopolita ante iniciativas políticas, guerras, sanciones, etc.


El Banco de Pagos Internacionales se creó bajo la forma de una entidad comercial pública. Su inmunidad ante interferencias gubernamentales y, por ejemplo, los impuestos, estaba garantizada por el acuerdo internacional firmado en La Haya, en 1930.


Los banqueros de la Reserva Federal de Nueva York –muy vinculados a Morgan, a Montagu Norman (gobernador del Banco de Inglaterra) y a los financieros alemanes como Hjalmar Schacht (de quien ya hemos precisado que fue presidente del Reichsbank y ministro de Economía del gobierno de Hitler), Walther Funk (quien sustituyó a Hjalmar Schacht como presidente del Reichsbank) y Emil Puhl– desempeñaron todos un papel importante en la fundación del BPI. Entre sus fundadores figuraban los bancos centrales de Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania y Bélgica, así como algunos bancos privados.


El Banco Federal de Nueva York hizo lo mejor que pudo, pero no estuvo entre los establecimientos fundadores del BPI. Estados Unidos estaba representado por First National Bank of New York, J.P. Morgan and Company, First National Bank of Chicago, pertenecientes todos al imperio Morgan. Japón también estuvo representado por bancos privados. En 1931-1932, 19 bancos centrales europeos se unían al Banco de Pagos Internacionales. Gates W. McGarrah, banquero del clan Rockefeller, fue el primer presidente del consejo de administración del BPI. Luego fue reemplazado por León Fraser, representante del clan Morgan. Durante la guerra, el presidente del BPI fue Thomas H. McKittrick, de Estados Unidos.


Mucho se ha escrito sobre las actividades del BPI al servicio de los intereses del III Reich. Entre otras cosas, estuvo implicado en transacciones con diferentes países, inclusive aquellos con los que Alemania estaba en guerra.


Después de Pearl Harbor, el Banco de Pagos Internacionales actuaba como corresponsal de la Federal Reserve Bank de Nueva York. Y durante la guerra estuvo bajo control de los nazis, a pesar de que su presidente era el estadounidense Thomas Huntington McKittrick. Mientras los soldados morían en los campos de batalla, la dirección del BPI se reunía en Basilea con los banqueros de Alemania, Japón, Italia, Bélgica, Gran Bretaña y Estados Unidos. Los representantes de las potencias beligerantes trabajaban tranquilamente, en un clima de comprensión mutua, en el oasis de paz suizo.


Fue en Suiza donde Alemania depositó, para mantenerlo a buen recaudo, el oro del que se había apoderado en los cuatro puntos cardinales de Europa. En marzo de 1938, cuando Hitler se apoderó de Viena, parte del oro de Austria había sido transferido a las cajas fuertes del BPI. Lo mismo había sucedido con el oro del Banco Nacional checoeslovaco (48 millones de dólares). Cuando estalló la guerra, el oro entraba constantemente al Banco de Pagos Internacionales. Alemania lo obtenía en los campos de concentración y mediante el saqueo de los países ocupados –incluyendo todo lo que pertenecía a los civiles: joyas, cigarreras, utensilios de todo tipo… dientes de oro. Fue todo eso lo que se ha dado en llamar “el oro nazi”. Se fundía en lingotes para almacenarlo en el Banco de Pagos Internacionales, en Suiza o fuera de Europa.


En su libro Trading With The Enemy: An Expose of The Nazi-American Money Plot 1933-1949, Charles Higham escribe que durante la Guerra los nazis transfirieron 378 millones de dólares a las cuentas del Banco de Pagos Internacionales.


Es importante mencionar el oro de Checoeslovaquia. Algunas informaciones han salido a la luz después de la apertura de los archivos del Banco de Inglaterra, en 2012, [4]. En marzo de 1939, Alemania ocupaba Praga. Los nazis exigieron 48 millones de dólares de las reservas nacionales de oro. Se les respondió que aquella suma ya había sido transferida al Banco de Pagos Internacionales. Por orden de Berlín, el oro fue transferido a la cuenta del Reichsbank en el mismo Banco de Pagos Internacionales. Posteriormente, el Banco de Inglaterra estuvo implicado en las transacciones efectuadas por orden del Reichsbank al Banco de Pagos Internacionales. Aquellas órdenes se retransmitían a Londres. Por consiguiente, hubo complicidad entre el Reichsbank alemán, el Banco de Pagos Internacionales y el Banco de Inglaterra. En 1939 estalló un escándalo en Gran Bretaña cuando se supo que el Banco de Inglaterra ejecutaba las transacciones con oro checo según las órdenes no del gobierno checo sino de Berlín o de Basilea. Por ejemplo, en junio de 1939, 3 meses antes del inicio de la guerra entre Gran Bretaña y Alemania, el Banco de Inglaterra ayudó a los nazis a transferir hacia la cuenta de Alemania el oro equivalente a 440 000 libras esterlinas y a enviar parte del oro a Nueva York -Alemania garantizaba así la neutralidad de Estados Unidos en caso de intervención alemana en Polonia.


Aquellas transacciones ilegales con oro checo se realizaron con el acuerdo tácito del gobierno de Gran Bretaña, que estaba perfectamente al corriente de lo que estaba sucediendo. El primer ministro británico Neville Chamberlain, el ministro de Finanzas sir John Simon y los demás responsables británicos de alto rango hicieron todo lo posible por ocultar la verdad, recurriendo incluso a la mentira más descarada al afirmar que el oro había sido restituido a su legítimo propietario o que nunca había sido transferido al Reichsbank.


Los documentos del Banco de Inglaterra publicados últimamente revelan los hechos y demuestran que los responsables gubernamentales mintieron, para protegerse a sí mismos y para encubrir las actividades del Banco de Inglaterra y del Banco de Pagos Internacionales. La coordinación de aquellas actividades criminales era un juego de niños ya que el director del Banco de Inglaterra Montagu Norman también presidía el Consejo de Administración del Banco de Pagos Internacionales. Por cierto, Montagu Norman nunca disimuló su simpatía por los fascistas.


La Conferencia de Bretton Woods –oficialmente Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas– reunió a los 730 delegados de los 44 países aliados en el hotel Mount Washington, en Bretton Woods (New Hampshire), Estados Unidos, con vista a regular la vida monetaria y financiera internacional al término de la Segunda Guerra Mundial. Esta conferencia se desarrolló del 1º al 22 de julio de 1944. El Banco de Pagos Internacionales se veía repentinamente bajo los proyectores. Se decía que había colaborado con la Alemania fascista. Sin entrar en detalles, me limitaré a decir que después de una serie de peripecias –algunos delegados estadounidenses se opusieron a la moción– los delegados coincidieron en que había que cerrar el BPI. Aquella decisión de la conferencia internacional nunca llegó a aplicarse. Se enterró todo lo que podía desacreditar las actividades del BPI durante la Segunda Guerra Mundial. Lo cual contribuye, aún hoy en día, a falsear la historia de la Segunda Guerra Mundial.


Para terminar, vale la pena decir unas palabras sobre Hjalmar Schacht (1877-1970), el ex presidente del Reichsbank y ministro de Economía del gobierno fascista de Alemania. En 1945, Schacht jue juzgado en Núremberg pero resultó absuelto el 1º de octubre de 1946. Así escapaba a las acusaciones de asesinato.


Por razones que nunca han sido explicadas, Hjalmar Schacht no figuraba en la lista de los principales criminales de guerra de 1945. Lo más interesante es que volvió a su vida profesional como si no hubiese sucedido nada y fundó la firma Schacht GmbH en Dusseldorf. Este detalle puede parecer insignificante. Pero confirma una vez más que los plutócratas anglo-estadounidenses y sus representantes plenipotenciarios en Alemania habían preparado y, en cierta medida, influido en todo el proceso de la Segunda Guerra Mundial.


Ahora los plutócratas quieren reescribir la historia de la Segunda Guerra Mundial y modificar además sus resultados.

jueves, 21 de mayo de 2015

El verdadero enemigo tras la Guerra del Guano y el Salitre

https://elblogdeldisidente.wordpress.com/2015/03/27/el-verdadero-enemigo-tras-la-guerra-del-guano-y-el-salitre/

Cuando uno pasea por los senderos de la red, es muy común encontrar en las esquinas de lo virtual, grescas entre peruanos y chilenos recordando los terribles episodios que nos enfrentaron hace más de 130 años. Es muy común encontrar un anti chilenismo exacerbado como respuesta al hecho de haber sido, militarmente, derrotados: haber tenido al enemigo en nuestra plaza mayor; de, a pesar que la guerra hubiese terminado, seguir siendo conquistados a través del mercado por el vecino del sur; al hecho de leer y/o escuchar arrogantes comentarios con aires de desprecio y superioridad de un amplio sector chauvinista de la población chilena.

¿Pero es el pueblo chileno realmente el enemigo? ¿A quién nos enfrentamos en esa fatídica guerra del guano y el salitre?

En el siglo XIX, el Perú fue una de las tantas víctimas del poder británico, con Benjamín Disraeli de primer ministro de la potencia en aquellos años. Los ingleses imponían la política del “Libre Comercio”, presionando hasta obtener tratados comerciales a su conveniencia. En el caso del Perú fue porque el Estado peruano tenía el monopolio del salitre, que no permitía la participación en el negocio de los capitalistas, en especial, los británicos.


Es así como en años posteriores se vendría sucediendo lo que, en palabras de James Blaine (secretario de Estado de Estados Unidos de aquellos años), fuese la “Guerra Inglesa contra el Perú, con Chile como instrumento. (Abril 1882)”.

Terminando las guerras Napoleónicas, y gracias a su gran astucia para los negocios (sobretodo el dominio de la compra y venta de acciones), Nathan Rotschild, cabeza de lo que devendría en una dinastía bancaria, tenía el control absoluto sobre la economía británica, a tal punto de establecer un nuevo banco, controlado por él. Ya en 1879, iniciada la guerra, se puede leer en el Times de Londres: “En cuanto a las razones de la guerra, no hace mucho que dijimos que estaban de parte de Chile y que los extranjeros neutrales deben concederles sus simpatías. La querella es mercantil y mientras Chile pelea por la “libertad de comercio” el Perú ha tomado el camino de la restricción y del monopolio”.

Ya habiendo vulnerado militarmente territorio peruano, el gobierno chileno, bajo órdenes de Nathan Rothschild, optó por la política de entregar la industria, nuevamente, a las empresas privadas. John Thomas North y Robert Harvey tuvieron conocimiento anticipado de esto y adquirieron, a bajo precio, los certificados de muchas oficinas, para lo cual utilizaron el crédito que les otorgó el gerente del Banco de Valparaíso, Juan Dawson, entidad formada con capitales del banquero Rothschild.

El 11 de junio de 1880, se expeditó en Santiago el decreto que mandó devolver los establecimientos salitreros que habían sido adquiridos por el gobierno peruano, a quienes depositen, por lo menos, las tres cuartas partes de los certificados emitidos por el valor de cada salitrera y entreguen una suma igual al precio de la otra parte.

John Thomas North acabaría teniendo el apodo “El Rey del Salitre”.

Este es, pues, solo uno de los tantos episodios que las dinastías bancarias generaron en la historia de América Latina, a coste de la disputa entre pueblos hermanos. Peruanos y chilenos, compartimos la misma historia, la misma sangre, casi las mismas costumbres y el mismo litoral; nuestras grescas son solo el resultado de una guerra fruto de intereses extranjeros, pero seguimos siendo los mismos. Los chauvinismo nos separan, pero solo la verdad nos puede volver a unir.

martes, 19 de mayo de 2015

Teoría de la “Insubordinación fundante” reivindica el rol del Estado en el desarrollo económico

 La insubordinación fundante

https://paginatransversal.wordpress.com/2015/01/27/teoria-de-la-insubordinacion-fundante-reivindica-el-rol-del-estado-en-el-desarrollo-economico/

por Pedro Ibañez – La transformación de los países del llamado tercer mundo en potencias puede lograrse al haber una ruptura con modelos ideológicos de dominación mundial, fundamentados en el liberalismo económico, que han justificado durante años la existencia de economías basadas únicamente en la producción de materias primas y con un bajo nivel de industrialización que impide su desarrollo.

Tal proceso de ruptura es definido como “insubordinación fundante”, teoría propuesta por el investigador argentino Marcelo Gullo, quien sostiene que países como Inglaterra y Estados Unidos basaron su desarrollo en el impulso estatal y la aplicación de medidas proteccionistas que robustecieron sus economías, sin embargo, han ejercido su dominación en este campo haciéndole creer a los países subdesarrollados en la atomización del Estado como estrategia de crecimiento, apegados a una supuesta teoría económica que sustenta al pensamiento liberal burgués.

En entrevista con la Agencia Venezolana de Noticias, Gullo explicó que la teoría propuesta parte de la hipótesis de que “todos los procesos emancipatorios, de construcción de poder nacional y de desarrollo exitosos han sido resultado de una insubordinación ideológica contra el orden establecido por la potencia hegemónica, más un adecuado impulso estatal”.

Sostiene el también politólogo que este proceso de insubordinación es necesario en este momento luego de una etapa de dominación iniciada por Gran Bretaña durante la segunda mitad del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, y adoptada después por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial.

“A partir de ese momento Inglaterra conquistó el mundo imponiéndole algo que ella vendía como ciencia, pero que en verdad no era ciencia, sino que era una ideología”, precisa para referirse al liberalismo económico y la tesis de la división internacional del trabajo, con lo que el país europeo “conquistó para sí más mercados”, mientras que los países subdesarrollados fueron conminados a la monoproducción agrícola o minera en África y Latinoamérica.

“Lo peligroso de esto es que Estado Unidos, después de haber sido durante 100 años proteccionista, al final de la Segunda Guerra Mundial, toma esta teoría inglesa y se convierte también en garante y promotor en el mundo del liberalismo económico, para dejarnos a todos nosotros un estado de subdesarrollo endémico y perenne”, explica el historiador.

El investigador parte de hechos históricos concretos como el proteccionismo gubernamental impuesto por la reina Isabel I de Inglaterra (1533-1603), que produjo el crecimiento de la actividad comercial, al otorgar tierras a quienes las trabajaran, establecer un salario mínimo que permitió la conformación de un mercado interno y un intervencionismo estatal que abrió las puertas a la industrialización.

Asimismo, Estados Unidos, luego de su independencia (1776), se convierte en un estado promotor de la industria, aplica el proteccionismo e incluso llega a prohibir la inversión extranjera en actividades como la minería “luego cuando salió victorioso de la Segunda Guerra Mundial, se transformó en paladín del libre comercio diciendo que era un pecado poner barreras proteccionistas”, señala Gullo.

Como respuesta a la irrupción de esta dominación ideológica, Gullo resalta la estrategia de Alemania, país que recién unificado (1871) aplicó la insubordinación fundante al rechazar la visión paradigmática de Inglaterra y utilizar el proteccionismo para impedir la llegada de productos británicos al tiempo que iniciaba su desarrollo industrial. “Para que haya la insubordinación, un país dominado tiene que rechazar la ideología (del país hegemónico)”, explica el investigador.

En 2010,  a través de Horacio Ghilini y Mario Morant, dirigentes del Sindicato Argentino de Docentes Privados, Gullo hizo llegar su libro La insubordinación fundante. Breve historia del poder de las naciones, a las manos del comandante Hugo Chávez, quien valoró esta teoría como tesis orientadora de la política exterior venezolana y a quien el autor considera como el primer mandatario de la región en la historia contemporánea que se trazó la meta de “pasar a la etapa de una Venezuela como potencia industrial”, cuyo antecedente más cercano fue Juan Domingo Perón (1946-1955) en Argentina.

Resalta que con el proceso revolucionario venezolano Chávez sentó las bases para alcanzar una insubordinación fundante que permita a Venezuela eliminar la dependencia de la renta petrolera, “ha ido en ese camino, lo que falta ahora es poner en acción ese camino”, expresa al tiempo que destaca este objetivo como uno de los lineamientos en los que más ha insistido el presidente Nicolás Maduro.

También sostiene que para allanar el camino para un desarrollo económico alternativo al modelo hegemónico actual, que justifica valores, formas de vida y un aparato estatal mínimo, “el poder popular debe estar muy claro de que acá hay una ideología de dominación, y esa ideología de dominación es el liberalismo económico, la división internacional del trabajo”.

Esta ideología debe ser rechazada por un poder popular “que acompañe la conducción política en la construcción de una Venezuela potencia, dentro de una suramérica potencia”, señala el académico, quien visitó Caracas para participar en el Primer Encuentro Internacional por la descolonización de la Educación, realizado en diciembre, y presentar su libro en el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional que forma parte de la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela.
El nuevo orden mundial y la seguridad demográfica


MUNDIALISMO ES ESCLAVITUD

https://paginatransversal.wordpress.com/2015/03/14/el-nuevo-orden-mundial-y-la-seguridad-demografica/

por Michel Schooyans* – La ambición de controlar la vida humana desde la concepción a la muerte es la máxima expresión del imperialismo integral. Como vamos a ver, este imperialismo es metapolítico, ya que procede de una concepción particular del hombre. Las expresiones políticas y no políticas de este imperialismo no son más que las consecuencias perceptibles de esta antropología. Esto nos va a llevar a aclarar la dimensión totalitaria de este imperialismo, cuyos efectos todavía no se han mostrado en su totalidad.

Para analizar la génesis de este imperialismo que está naciendo ante nuestros ojos, vamos a partir de la ideología de la seguridad nacional.

Hacia la globalización

Desde el final de la guerra de 1939-1945, la diplomacia norteamericana ha estado grandemente dominada por el tema de los “dos bloques”. Con ciertas variaciones de acento, este tema fundamental aparece bajo las etiquetas de guerra fría, enfrentamiento Este-Oeste, zona de influencia, coexistencia pacífica, deshielo, distensión, etc. Mas, con motivo de la crisis petrolífera de 1973, algunos círculos norteamericanos empiezan a percibir la importancia de otra división, la división Norte-Sur. El congreso de Bandung, en 1955, presentaba ya el aspecto de un manifiesto y, poco a poco, los CNUCED y las conferencias en la cumbre de países no alienados se imponen a la atención de los países industrializados: desde Ginebra (1964) a Belgrado (1989), se ha recorrido un camino apreciable. Durante todo este tiempo, el diálogo Norte-Sur se organiza y se institucionaliza; los países del Tercer mundo reivindican un Nuevo orden internacional.

En una obra publicada en 1970, Zbigniev Brzezinski había ya atraído la atención sobre el tema (1).La crisis petrolífera de 1973 juega el papel de un catalizador.

Si los países productores de petróleo pueden organizarse y amenazar las bases de la economía de los países industrializados, ¿qué ocurrirá si los países pobres productores de materias primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus condiciones a los países ricos?

Para conjurar el peligro, David Rockefeller, utilizando por cierto las tesis de Brzezinski, transpone a la división Norte-Sur las recomendaciones que su hermano había aplicado antes a la división Este-Oeste. Y lo que es más importante, generaliza además, al conjunto del mundo, una visión cuyo alcance, en 1969, estaba limitado, provisionalmente, al continente americano.

Desde esta perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia explícita de Brzezinski, organiza la “Comisión Trilateral”: los EE.UU., Europa occidental y el Japón deben ponerse de acuerdo frente al Tercer mundo, que parece querer organizarse y del que dependen los países industrializados para importar materias primas y energía, y para dar salida a sus productos (2).Y el Tercer mundo está en plena expansión demográfica.

La amenaza que pesa sobre la seguridad de los países ricos proviene, según ellos, de los países pobres. Las economías dependen ahora unas de otras, los pases ricos no deben devorarse entre sí, deben al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar sus privilegios.

Las empresas multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial del sistema global de la dominación; llevan a cabo una industrialización que al mismo tiempo se encargan de limitar. Gracias a los centros de decisión e la metrópolis, hacen posible el control de los costos de mano de obra. Mantienen un chantaje basado en la amenaza del traslado de fábricas, en caso de que consideren exorbitantes las reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la competencia y, al mismo tiempo, la controlan, ya que las relaciones de competencia quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre los que las desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial, un factor de división que hay que alimentar para seguir dominando. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados, protegen, en caso necesario, sus oligopolios, y vigilan y, en ocasiones, frenan el desarrollo económico de las naciones satélites.

Por su parte, la investigación científica deberá intensificarse y concertarse para garantizar el mantenimiento de un avance constante y decisivo con respecto a los países menos desarrollados. La alta tecnología será exportada con gran parsimonia, para que los países más avanzados en el camino del desarrollo no puedan competir con la producción sofisticada cuyo monopolio quieren conservar celosamente los países de la era postindustrial.

¡Multimillonarios de todos los países, uníos!

Se trata de construir un nuevo orden mundial, de tipo corporativista, lo que se ha hecho urgente -se asegura- en razón de la interdependencia de las naciones. Pero lo que sucedía ya a escala panamericana, se produce ahora a escala mundial: se pasa rápidamente de la interdependencia a la dependencia. Todos los países, en efecto, no presentan un mismo nivel de desarrollo; en razón de su presencia y compromisos en todo el mundo, los EE.UU. se consideran con derecho a arrogarse una misión de liderazgo mundial. A esta misión deben asociarse las naciones ricas y la clases ricas del mundo entero; la seguridad, su propia seguridad, debe constituir la preocupación común y predominante de los ricos. Esta preocupación justifica, por su parte, la constitución de un frente común mundial, una unión sagrada, si quieren conservar sus privilegios. Con respecto a este imperativo de seguridad común, todos los factores de divergencia entre ricos no tienen sino una importancia relativa o incluso secundaria.

Este frente común mundial sólo podrá articularse a partir de los EE.UU. y bajo su liderazgo. En razón de su desarrollo y de su riqueza, Europa occidental y Japón serán asociados, a título de aliados privilegiados, a la empresa de seguridad común. Todo ese bloque constituido por las naciones ricas deberá esforzarse en controlar el desarrollo en el mundo en general. La austeridad ha dejado de ser una virtud: es un deber. Frenar el crecimiento, frenar la capacidad de producción y practicar el maltusianismo económico se imponen tanto más -se nos dice- cuanto que hay que proteger el entorno amenazado por la contaminación. Y así, la justificación teórica del “crecimiento cero” vio la luz en 1972 en el Informe Meadows, y ha sido difundida por el Club de Roma, empresas ambas generosamente financiadas por el grupo Rockefeller(3).

Los países comunistas tampoco deberían quedar al margen de este proyecto de seguridad global. China merece una atención excepcional. Está probado -como ya hemos visto (4)- que la despiadada política demográfica llevada a cabo en China popular ha sido apoyada e incluso estimulada por algunos círculos norteamericanos y occidentales inquietos por la aparición de un nuevo “peligro amarillo”.

Los países del Tercer mundo deberán, pues, aceptar un programa “global”. Como los países ricos necesitan sus recursos, estos países en vías de desarrollo no podrán sentirse irritados o escandalizados por el mantenimiento de antiguos métodos de explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo habrá de hacerse bajo control; llegado el caso, podrá alabarse la virtud del compañerismo” podrán, por ejemplo, transferirse a su territorio algunas industrias contaminantes, declaradas indeseables en los países desarrollados. En cualquier caso, habrá que impedir que se organicen para esquivar la vigilancia de las naciones poderosas.

De todas maneras, al igual que existen límites para el crecimiento económico, también los hay para el crecimiento político. Así lo subrayaba Samuel P. Huntington en un Informe para la Comisión trilateral sobre la gobernabilidad de las democracias: “Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites potencialmente deseables para la extensión de la democracia política.”(5)

Estamos, pues, ante una formulación de alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta formulación tiene de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres.

Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad.

De lo que se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el contener el despegue de la población pobre: “¡Multimillonarios de todos los países, uníos!”

Así reinterpretada, la doctrina de la contención resurge como el Fénix renace de sus cenizas. Son las tesis principales de esta doctrina las que inspiran el proyecto universalista actual de los EE.UU.,Europa occidental y Japón están asociados de manera especial a este proyecto a título de cómplices y de objetivos al mismo tiempo.

Una élite dominante internacional

La preocupación por la seguridad debe ser global. La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias partes, se percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad es primeramente demográfica.

Esta nueva doctrina exige la utilización de instrumentos de acción eficaces. Estos instrumentos son de orden político, educativo, científico, económico y tecnológico. La libertad de iniciativa de las universidades y centros de investigación será orientada o incluso anulada, y su función crítica será muy disminuida. Las subvenciones estarán subordinadas a la complacencia con la que dichos organismos acepten plegarse a unos programas de investigación definidos por la minoría dominante (6).

Esta minoría concederá una gran importancia al estudio de los problemas ecológicos, pues de ese modo será posible convencer a los países satélites para que se resignen a la austeridad o a la pobreza: “Small is beautiful” (7). Esta misma minoría financiará las investigaciones sobre la reproducción, la fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la llamada “bomba P”. Las universidades, convertidas en “repetidores”, junto con los medios de comunicación, se encargarán de difundir por todo el mundo, dramatizándolas, las tesis maltusianas, tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas (8). El programa de acción será conciso. Se pondrá de relieve la escasez de materias primas y la fragilidad del medio ambiente. Estos datos serán presentados como necesidades determinadas por la naturaleza, y el volumen de la población habrá de calcularse necesariamente de acuerdo con estos datos.

De esta forma se reúnen las condiciones fundamentales que caracterizan objetivamente a un régimen de tipo fascista. Para Juan Bosch, el “pentagonismo” era la explotación del pueblo norteamericano por una minoría norteamericana (9). En la actualidad, el pentagonismo se ha universalizado y la minoría dominante se ha internacionalizado.

Esta minoría estará constituida por “personas con recursos”, que se sentirán halagadas al ser admitidas en grupos “informales”, más o menos conocidos (como el grupo de Bilderberg, la Trilateral o el Club de Roma) u otros menos fácilmente identificables. Esta minoría se arrogará la misión de regentar el mundo y tendrá bajo control a todo un cuerpo internacional de intelectuales, ya sean cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No será necesaria la constitución de instituciones complejas, ni conseguir funciones representativas o cargos ejecutivos.

Una vez que haya adoptado la ideología de la seguridad demográfica, esta “élite” se apresurará a recurrir, con gran aplicación, a la táctica de la infiltración.

Un proyecto tan global y totalizador requiere necesariamente unos dispositivos jurídicos y políticos apropiados. En cuanto una “élite” acepta su propia “colonización ideológica”, esta misma “élite” se separa del pueblo y pasa a ser capaz de todas las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como repetidor de un centro de poder de un tipo totalmente nuevo, que evocaremos para terminar.

Del Estado al Imperio totalitario

El imperio que está ahora construyéndose no tiene, en efecto, precedente alguno en la historia. El fascismo, el nazismo y el comunismo soviético son ejemplos perfectos de totalitarismos. En estos tres casos, el Estado transciende al ciudadano; es el enemigo del yo en todas sus dimensiones: física, psicológica y espiritual (10). Requiere de los individuos una sumisión perfecta y exige, si lo considera oportuno, que se le sacrifique la vida. Este Estado somete el matrimonio, la procreación, la familia y la educación a un control muy estricto.

Más concretamente, la familia queda sometida a una vigilancia particular, pues en ella es donde se forman las bases de la personalidad del niño. El Estado totalitario que conocemos en la historia actual se esfuerza, pues, en sustraer al niño de la influencia familiar y le proporciona una educación integral. Este Estado inhibe la capacidad personal de juicio y de decisión; instaura una policía de ideas; culpabiliza y adoctrina, desprograma y reprograma. Impone una nueva ideología, organiza el culto del jefe e instituye una nueva religión civil.

La experiencia totalitaria se origina dentro de un Estado particular que se convierte en trampolín de un proyecto imperialista. La misión este Estado particular será definida y `legitimada´ mediante la ideología totalitaria. El Estado particular no sólo es conocido, sino enaltecido. Y finalmente, una ideología supuestamente científica precipita en las tinieblas del oscurantismo a los que no se adhieran a la misma.

El proyecto imperialista y totalitario que está tomando cuerpo ante nuestros ojos incrédulos presenta unas características totalmente asombrosas si se le compara con las que marcaron los sueños imperiales de Mussolini, Stalin o Hitler. Este imperio naciente tiene de increíble que no procede esencialmente de las ambiciones de hegemonía de un Estado particular. Tampoco es la emanación de una coalición de Estados y, lo que es más, como ya hemos visto, le vienen muy bien las desigualdades, e incluso las divisiones entre naciones y hasta se ingenia en sacar partido de ellas. El imperio que está construyéndose es un imperio de clase que emana del consenso establecido, por encima de las fronteras, por la internacional de la riqueza.

Por tanto, en ausencia de un Estado de contornos visibles, en el marco de este imperialismo de clase, nadie sabe quién decide ni quién es responsable.

El lenguaje parece totalmente desconectado del sujeto que lo produce; todo es anónimo, impersonal y secreto. El productor del mensaje ideológico está oculto. No cabe, pues, someter el discurso al juicio personal: está listo para el consumo: frío, objetivo e imperativo.

Evidentemente, aún cuando estén ocultos, el discurso es producido por sujetos, y éstos lo producen con destino a otros sujetos llamados a consumirlo. Pero si el sujeto productor de la ideología rompiera el secreto que le ampara, no podría seguir reivindicando la impersonalidad y la objetividad puras. La dimensión subjetiva, utilitaria, interesada, hipotética de su discurso se pondría inmediatamente de manifiesto. El alcance supuestamente universal de su discurso, al igual que las pretensiones `científicas´ con que se reviste, aparecerían en seguida como lo que son: un engaño. El productor de ideología debe, pues, guardar el secreto: es omnipresente, pero inaprehensible.

De este modo, el secreto mismo introduce una falsedad en el núcleo del discurso. No existe diálogo entre personas que intercambian libremente sus juicios y sus proyectos con voluntad de claridad. Uno de los interlocutores quiere permanecer en la sombra y quiere que el destinatario de su discurso ignore su identidad y sus intenciones. Todo discurso está, pues, desde un principio, marcado por la voluntad de engaño de la persona que lo emite.

El lenguaje, que debería ser el prototipo de la mediación entre personas, se convierte en el medio por excelencia de la posesión de los demás. Como el sujeto productor de discursos no dice nunca quién es realmente, todo lo que dice está tachado de disimulo y engaño. Sus palabras se transforman en instrumentos de agresión contra la inteligencia y la voluntad de los destinatarios de las mismas. Este discurso violenta a las personas que lo reciben, reduciéndolas a la condición de receptáculos pasivos de una verdad venida de fuera, de depositarios de un saber alienado, alienante y hasta esotérico. De un saber supuestamente científico, cuya revelación ha sido hecha a sus iniciados, según éstos creen, gracias a su competencia, de un saber que les procura las bases del papel mesiánico que les corresponde para abrir por fin a la sociedad humana el camino de la felicidad…

¿Qué nuevos territorios quedan todavía por conquistar?

Las nuevas fronteras del imperialismo ya no son físicas; coinciden con las de la humanidad entera. No basta decir que hay que alienar al hombre, o que hay que poseerlo en todas las dimensiones de su yo. Lo que hay que hacer emerger es un hombre nuevo, completamente purgado de sus creencias pasadas, de su moral sexual, familiar, social, de su creencia en el valor personal de cada hombre y de su creencia en Dios, sobre todo en un Dios que se revela en la historia con el fin de asociar al hombre a su designio de creación, de salvación y de amor.

Nos encontramos así, en el nuevo imperialismo, ante la tercera característica del totalitarismo. El nuevo imperialismo, como vimos antes, no emana de un Estado particular, sino de la clase internacional de los ricos y pudientes. En cambio, como ya hemos dicho, este nuevo imperialismo está desprovisto de un “duce” o “jefe”, pues los que lo fomentan cuidan de no dejarse ver. En cuanto al tercer punto, sin embargo, vamos a ver que la nueva clase imperial vuelve a las fuentes de la tradición totalitaria clásica: divulga una ideología donde se encuentra, según ella, el fundamento de su `legitimidad´.

La ideología de la seguridad demográfica.

La ideología en cuestión es la ideología de la seguridad demográfica (11). Según palabras de Marx, la ideología presenta siempre una imagen invertida de la realidad y procede siempre de una falsa conciencia. La ideología esconde siempre los intereses de sus autores. Los juicios que emite, y que constituyen la textura misma de la ideología, no pasan de ser hipotéticos. Y lo son incluso en dos sentidos: deben responder a una doble condición, que corresponde, a su vez, a la doble función que se espera de la ideología.

Debe, por un lado, disimular ante los ojos de los autores de la ideología las verdaderas razones de su propio discurso. La ideología está aquí al servicio de la mala fe del ideólogo. Concretamente, la ideología de la seguridad demográfica es una intelectualización que disimula, ante los ojos de la misma clase imperialista, las verdaderas razones que motivan su conducta e inspiran su discurso.

Por otro lado, esta ideología tiene por función el seducir a los que se invita -o fuerza- a adoptarla. Las mujeres que se hacen abortar y los pobres a los que se esteriliza son `programados´ para que hagan suyo el punto de vista que sobre ellos tienen los que desean su alienación.

De esta forma, la ideología de la seguridad demográfica significa el inicio de una doble perversión. Del lado de sus autores, engendra la doblez; son ellos las primeras víctimas de la racionalización que confeccionan. Y como le colocan a su construcción ideológica la etiqueta de la ciencia, se impiden el ir a buscar fuera de su propia construcción la luz que podría sacarles de la prisión espiritual que fabrican para otros, pero en la que ellos mismos se encierran. Del lado de los destinatarios, engendra el consentimiento a la propia sumisión y les confirma en su alienación.

Hasta el presente, nos encontramos ante la más peligrosa ideología imperialista totalitaria que ha conocido el mundo.

¿Una nueva humanidad?

Pero esto no es todo. La perversión esencial de esta ideología, de que son víctimas tanto sus autores como aquellos a los que va dirigida, es que procede por antífrasis: al mal le llama bien. Se niega la transgresión de la ley moral; la conciencia individual sólo puede referirse a sí misma o, más exactamente, a los intérpretes autorizados de la trascendencia social que le dicen lo que puede desear o debe querer.

Esta ideología sirve de fundamento a las instituciones políticas y jurídicas que le sirven .El derecho, por ejemplo, que debería, por definición, aplicar sus esfuerzos a la instauración de la justicia para todos, es objeto de una manipulación ideológica en provecho de la minoría dominante constituida por la internacional de la riqueza.

Mas si, como individuos, los miembros de la minoría dominante son generalmente inaprehensibles, no por ello es imposible hacerse una idea bastante clara sobre el espíritu que les anima. La identidad de esta nueva clase imperialista puede determinarse fácilmente remontando desde la ideología que produce y desde los destinatarios de la misma.

El discurso ideológico de la nueva clase imperialista tiene un contenido bastante burdo. Empieza afirmándose como principio el acontecimiento liberador de la muerte de Dios. Este principio es `liberador´ se nos dice, porque Dios impide la autonomía del hombre y su felicidad. Así pues, Dios debe morir, e incluso hay que ayudarle a morir, para que el hombre pueda vivir y tomar por fin su destino entre sus solas manos. Cumplida esta condición, la nueva humanidad puede nacer, y de este parto deben ocuparse los iniciados.

En este nacimiento, el papel de algunos médicos `ilustrados´ será determinante y, al mismo tiempo, contradictorio. A ellos corresponderá el denunciar las `creencias pasadas´, `precientíficas´, así como los `tabús´ que acompañan a dichas creencias. Son ellos quienes definirán esta tarea, pero su misión se fundará sobre la afirmación de esos mismos postulados (12). Necesitan una ideología para `legitimar´ su papel, pero son ellos los que definen el contenido de dicha ideología. Los tecnócratas médicos que regentan el nuevo imperio no se avergüenzan de semejante petición de principio. Pretenden que el objetivo que ha de procurarse a toda costa es la seguridad demográfica, pero es el imperativo de la seguridad demográfica el que se supone que funda la `legitimidad´ de la tecnocracia.

Con el apoyo valeroso de los demógrafos, los tecnócratas se disponen a asistir a la humanidad en el parto del `sentido´ de que su evolución es portadora. Están llamados a ejercer una nueva medicina: una medicina del cuerpo social más que del individuo (13). Una medicina que consiste en administrar la vida humana como se administra una materia prima; en constituir una nueva moral basada sobre el nuevo sentido de la vida; en penetrar en la política con el fin de engendrar una sociedad nueva; en derruir la concepción tradicional de la familia disociando, con una eficacia total, la dimensión amorosa y la dimensión procreadora de la sexualidad humana; en transferir a la sociedad la gestión de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en proceder, con ello, a una selección rigurosa de los que serán autorizados a transmitir la vida: temas todos ellos que han sido dolorosamente experimentados en la historia, incluso reciente, pero que aquí se reactivan con energía y se integran en un cuadro lúgubre y mortífero.

Y en estos temas predominantemente neomaltusianos vienen a injertarse otros temas maltusianos clásicos. La felicidad de la sociedad humana -se nos dice- exige no sólo una selección cualitativa; requiere igualmente la determinación de unos límites cuantitativos. “Nosotros sabemos” que los recursos disponibles son limitados, y que una planificación realmente eficaz de la población mundial es condición indispensable para la supervivencia de la humanidad. “Nosotros sabemos” que esta necesidad es particularmente urgente en el Tercer mundo, donde puede observarse una trágica desproporción entre los recursos vitales y el crecimiento de la población.

Una nueva religión civil

La ideología imperialista pretende ser una ideología de oclusión de toda trascendencia que no sea la trascendencia social. El discurso en que se presenta es estrictamente hipotético, en el sentido que ha sido explicado más arriba: es el reflejo de la voluntad de los que lo emiten (14). Tiene una función utilitaria, pero no tiene valor de verdad. Es útil para los que lo emiten y se presenta como un lenguaje universal; pero es la imagen invertida de los intereses particulares de los ricos y de los poderosos.

No tiene ningún valor de verdad porque, en su principio mismo, se refugia en el aislamiento: el pensamiento se elabora en recintos cerrados al mundo exterior. Es la expresión más reciente de la antigua tradición cientificista, con una formulación orientada en provecho de las ciencias biomédicas. Sólo los métodos de esas ciencias pueden proporcionarnos -se nos asegura- unos conocimientos ciertos, y sólo estas ciencias pueden aportar al hombre la respuesta a sus interrogantes más radicales.

Este discurso cientificista ignora toda posible búsqueda filosófica -y con mayor razón teológica- de la verdad del hombre, la sociedad y el mundo. En particular, queda excluido todo discurso sobre un ser trascendente extramundano. La idea misma de una referencia creadora común a todos los hombres es declarada a priori sin sentido: es inútil considerarla siquiera. De ahora en adelante, una vez reconocida la muerte del padre, la fraternidad deja de ser posible y no hay una participación en una existencia recibida de un mismo creador. Sólo existe la voluntad pura. La sociedad se declara trascendente: una nueva religión civil ha nacido, un nuevo ateísmo político, un nuevo reino, cuyas divinidades paganas llevan por nombre poder, eficacia, riqueza, posesión y saber. Los que son ricos, sabios y poderosos demuestran, gracias a su triunfo sobre los débiles, que están justificados para ejercer un papel mesiánico. En ellos se encuentra en efecto, tanto la medida de sí mismos como la de los demás.

Esta ideología mesiánica y herméticamente laica, así como la moral del amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los demás hombres. Hay que programarlos física y psicológicamente; hay que planificar su producción y su educación; para ello, habrá que utilizar el hedonismo latente, y contar con la búsqueda del placer. Pero al mismo tiempo, habrá que alienar a las parejas, quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas maestras de las fuerzas imperialistas, deberán ejercer un control total sobre la calidad y la cantidad de seres humanos.

Este discurso ideológico, que tiene la virtud de eliminar el sentido de la responsabilidad y la capacidad de acción en las personas, ejerce además la misma influencia en el plano de la sociedad. Para el Tercer Mundo, en particular, estas ideas son totalmente desastrosas.

Consisten en hacer creer que la pobreza es natural, que es una fatalidad estrictamente ligada a un exceso de crecimiento demográfico.

Junto a esa consideración cuantitativa, se insinuará también, siguiendo a Galton (1822-1911), que la pobreza de los pobres es la mejor prueba posible de su mediocridad natural. No hay que dejarles, pues, llenar el mundo, tanto por su propio bien como por el bien general. El uno y el otro recomiendan que el número de pobres sea calculado en función de la utilidad que representen (15).

Porque según la ideología que estamos examinando, la utilidad es el criterio único que debe tenerse en cuenta a la hora de admitir la entrada de un ser humano a la existencia. ¿Produce o consume bienes? ¿Produce beneficios o placer? Si las respuestas son negativas, el nuevo ser es nocivo: es un enemigo. Y como nada garantiza siquiera que, de ser útil lo seguirá siendo siempre, el ser humano constituye así una amenaza permanente para la seguridad de sus semejantes.

El panimperialismo totalitario…

Finalmente, y lógicamente, la ideología de la seguridad demográfica tiene por fundamento y término el punto de referencia único de la muerte. La ejecución del niño por nacer camufla la violencia de nuestra sociedad, tanto más cuanto que la materialidad de esta ejecución se realiza de manera furtiva (16).

El niño abortado es la víctima propiciatoria a la que se transfiere la violencia de nuestra sociedad. Es mi oponente, mi rival, es un obstáculo para mis intereses, para mi placer y para mi vida; es la causa de la pobreza, el obstáculo para el desarrollo. Va a desear lo que deseo, primero en el terreno del tener y luego en el terreno del ser. Va a surgir en la vida como mi doble: está de más; hay que suprimirlo.

Pero no se trata aquí de una violencia de menor cuantía, o de una violencia simbólica como las que aparecen en la historia de las civilizaciones y en la mitología. El niño muerto en el seno de su madre no es sacrificado: no se le hace sagrado para proteger la cohesión de la comunidad humana (17). Es ejecutado sin que la violencia sea expulsada de la sociedad humana. Pues una sociedad totalmente laica ha de desacralizarlo todo, incluida la vida, y desmitificarlo todo, incluida la víctima propiciatoria.

El sufrimiento y la muerte constituyen, en efecto, el absoluto sin sentido que justifica la rebelión contra el Padre. Por lo tanto, el niño al que se mata significa la destrucción del Padre. Su ejecución no conjura la violencia; anuncia al contrario mucha más violencia. Salvo una fuerza mayor, nada puede ni debe limitar mi fuerza. Y lo que es más grave, una de las funciones de la ideología es la de disimular esa violencia ilimitada sustrayéndola al control de la razón.

Así pues, la legalización del aborto señala la inminencia del retorno de un delirio irracional, disimulado bajo el camuflaje engañoso de una ideología de autoprotección.

La ideología neoimperialista de la seguridad demográfica puede, pues, considerarse bastante cercana de la ideología nazi; es, en realidad, en más de un sentido, una extrapolación de la misma. Mientras que el nazismo se presentaba como una nacional-socialismo, en el neoimperialismo actual los métodos se han refinado. No se trata ya de un imperialismo predominantemente militar, como entre los romanos, o predominantemente económico, como en la Inglaterra victoriana, se trata de un imperialismo de naturaleza claramente totalitaria.

Los ideólogos han hecho un esfuerzo notable para disimular mejor sus designios. El papel de la ideología se ha hecho más importante: la conquista y el dominio de los cuerpos pasa actualmente por el dominio de las inteligencias y de las voluntades, y viceversa. Estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el panimperialismo, donde el control de las almas es tan importante como el de los cuerpos.

…y “metapolítico”

Y finalmente, como su inspiración directa es la forma más reciente del cientificismo, este panimperialismo es de naturaleza metapolítica: se esfuerza en hacer triunfar una nueva concepción de la vida humana en la que ésta sólo tiene sentido a la luz de la trascendencia social. El panimperialismo se caracteriza, en efecto y ante todo, por la concepción particular del hombre que está por encima del ámbito de lo político. En nombre de esa antropología, el nuevo imperialismo ocupa las estructuras que le son necesarias para su poder: políticas, científicas, económicas, informativas, jurídicas, militares, religiosas, etc. Todas estas estructuras transmiten el poder imperialista, como por hipóstasis, hasta los confines de la tierra.

El Estado totalitario clásico es todopoderoso dentro de sus fronteras, pero este poder está limitado por el poder de los demás Estados. Se encarna en un príncipe (o un gobierno) que puede identificarse, que es visible y, por lo tanto, alcanzable, expuesto a una posible agresión y, por lo tanto, destruible. Aquí, en cambio, la revolución parece imposible, pues el príncipe de este mundo se cuida bien de no desvelar su rostro (cfr. Juan y, 44). El imperio metapolítico aspira a una supremacía incondicional e incondicionada; no quiere conocer o reconocer ni iguales ni rivales.

Los medios de comunicación, que tienen una función de información, tienen también, en el marco de este proyecto totalizador, una función de ocultación indispensable. No se toleran los vaticinios de Casandra, a menos que se garantice que no serán tomados en serio. La información ha de ser tratada según los intereses de los que la producen y según los gustos de los que la consumen.

La colonización de la opinión debe tener efectos tranquilizadores en los unos y angustiantes en los otros. Lo único que de verdad importa es la seguridad de los pudientes; los débiles no tienen precio: los ricos pueden, pues, disponer de ellos a su antojo y exiliarlos fuera de las fronteras de la humanidad.

Los proyectos de la legalización del aborto no son, en suma, como hemos visto, más que la parte visible de un iceberg que oculta muchos peligros.

NOTAS:

1. “Between two ages. America´s role in the technotronic era”, Harmondsworth, Penguin, 1978. Nuestra exposición de las ideas de Brzezinski sigue muy de cerca esta obra.

2. En francés, la “Trilatérale” ha sido estudiada sobre todo en “Le Monde diplomatique”. Véase, por ejemplo, de Diana Johnstone: “Les puissances économiques qui soutiennent Carter”, no. 272 (noviembre de 1976), pp. 1,13 y ss.; de jean-Pierre Cot: “Un grand dessein conservateur pour l´Amérique”, no. 282 (septiembre de 1977), pp. 2-3; de Pierre Dommergues, “L´essor du conservatisme américain”, no. 290 (mayo de 1978), pp. 6-9.

3. Cfr. “Halte a la croissance”.

4. Cfr., más arriba, p. 163.

5. Cfr., de Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, “The crisis of democracy”, Nueva York, New York University Press, 1975, p. 115.

6. Cfr. “Between two ages”, pp. 9-12 y ss. Comentando las ideas de Brzezinski al respecto, Anthony Arblaster escribe: “It is depressing enough that intellectuals should be willing to accept the roles which Brzezinski foresees for them -specialists […] involved […] in government undertakings and house ideologues for those in power-. But the subordination of intellectuals to the state and its requirements does not occur only at the individual level. There is a strengthening tendency for the institutions within which […] most intellectuals now work, also to be shaped according to the particular political priorities of a particular government” (“Ideology and intellectuals”, en: Knowledge and belief in politics, de Benewick y otros, pp. 115-129; la cita es de las pp. 123 y s.)

7. Alusión a la obra de E.F. Schumacher, “Small is beautiful. Economics as if people mattered”, Nueva York, Perennial Library, 1975.

8. Cfr. Daniel Bell, “The end of ideology. On the exhaustion of political ideas in the fifties”, Nueva York-Londres, Free Press Paperback, 1965.

9. Véase, de Juan Bosch, “El pentagonismo, sustituto del imperialismo”, Madrid, Crónica de un siglo, 1968, y especialmente: pp. 18-21.

10. Sobre el totalitarismo, véase, de Jean-Jacques Walter, “Les machines totalitaires”, Parí, Denoel, 1982; de Igor Chafarevitch, Le phénomene socialiste, París, Seuil, 1977; de Hannah Arendt, The origins of totalitarianism, Nueva York, Meridian Books, 1959.

11. Por su postura en materia de demografía, la Iglesia constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU. Ésta es la tesis presentada con gran fuerza por un autor al que difícilmente puede tacharse de excesivo progresismo: Stephen D. Mumford, en: “American democracy & the Vatican. Population growth & national security””, Nueva York, Humanist Press, 1984. Complétese con: “Role of abortion in control of global population growth”, de Stephen D. Mumford y Elton Kessel, en: “Clinics in obstetrics and gynaecology”, t.13 (marzo de 1986), p. 19-31; sobre Kessel, véase, de L. Weill-Halle, L´avortement de papa, p.53.

12. Cfr., más arriba, p. 176.

13. Cfr., p. 123.

14. Cfr., más arriba, p. 112-118.

15. Cfr., pp. 166 y 178-181.

16. Cuanto menor es la percepción que de la víctima tiene el verdugo, menor es el control que éste tiene de su agresividad. Cfr., de Stanley Milgram, “Soumission a l´autorité. Un point de vue expérimental”, París, Calmann-Lévy, 1984.

17. Cfr., de René Girard, “La violence et le sacré”, París, Grasset, 1972.

*Profesor de la Universidad de Lovaina.